2006/01/29

Gatitos, caballos y vaca

A Miguel le gustan los animales. Desde una hormiguita hasta un elefante llaman su atención. La primera vez que fue al Centro Histórico encontró una cucaracha gigante en al fachada del Palacio de Iturbide.
Ahora, cada vez que va al centro revisa las fachadas coloniales en busca de una cucarachota para trauma y aversión de su madre.
Los dinosaurios ocupan un lugar especial. Añora ver uno vivo, aunque su sorpresa fue enorme cuando conoció la reproducción del esqueleto de un brontosaurio que está en el Museo de Historia Natural de Chapultepec, ése que estuvo originalmente en el Chopo.
Un domingo lo llevamos a buscar las vacas del Cow Parade en avenida Juárez.
Bertha, tan fanática de los animales como Miguel (bueno, no de los insectos), decidió invitarlo para, además, visitar a los hermanos gatos propietarios del ex convento de San Francisco.
Lo de las vacas fue un fiasco, pero lo de los gatitos, pese a un mal principio, terminó por ser un éxito.
Como no había vaca, nos fuimos a la Alameda. Ya les conté la parte de las fuentes.
Trepó por los leones del hemiciclo y desde ahí vio los caballos de la Policía Típica.
¡Caballos! ¡Vamos a ver los caballos! Me tiró de la mano para acercarnos a los animales. Pero... oh, oh, de cerca se veían bastante grandes y se conformó con mirarlos de lejos.
Así que nos fuimos a las fuentes y a los gatos.
Primera decepción. El patio y ruinas de los gatos estaban convertidos en un espacio para exposiciones.
Ni un gatito. Los hermanos franciscanos habían expulsado a los hermanos felinos.
No puede ser, dijimos Bertha y yo. Si fueran jesuitas se explicaría, pero los frailes de San Francisco... Era inconcebible.
Fuimos a comer, ya les contaré de las peripecias que ocurren en una comida con Miguel. Fuimos, como es obvio a una cantina, pero esta vez fue el Salón Corona
Luego pasamos a tomar helados. Mejor dicho, a que el niño se quisiera comer los helados de todos.
Regresamos al ex convento.
Todo parecía igual, pero, de pronto, entre las pacas de paja que ambientaban el Nacimiento, un montón de pelo, una figura que se estira y emprende la displicente marcha. Por fin, un gato.

.


Luego apareció un par de bichos negros.
Claro. Los gatitos aparentaban ceder su espacio para lograr que se los acondicionaran con tibias lámparas y mullidos montones de paja.
Observando la escenografía, se identificaban claramente los huecos por donde los animalillos ingresaban a sus antiguas ruinas.
Bien, Miguel logró ver a los gatos.
Emprendimos el regreso y fue la mejor parte.
Frente al nuevo edificio de Relaciones Exteriores, producto de la peje alianza con Slim, vimos un gato negro que con un collar y una correa paseaba con su dueña por la avenida Juárez
Un gato que pasea por el Centro Histórico es algo que hay que ver. Además se llama Gándalf y es muy dócil. Se dejó acariciar, permitió que el niño le acomodara el rabo. Todo un sujeto entregado a los mimos.
Luego hasta vimos una vaca, no gran cosa, pero suficiente para no concluir la jornada sin vaca.
En estos días, en el espacio franciscano de los gatos, presentan una muestra de la obra de Augusto Rodin.
En cuanto las nuevas actividades del abuelo de Miguel lo permitan, iremos a apreciar la obra del escultor... y la forma en que los gatos aprovecharon las piezas.
Prometo relato.

2006/01/25

Los libros de Miguel

Miguel posee una biblioteca de 45 volúmenes.
A veces, en broma, les digo a mis amigos que el muchacho tiene más libros que muchos de mis ex alumnos.
Pero, ahora que la madre del sujeto y yo hicimos el recuento, me parece que la chanza no lo es tanto.
Desde luego, no los ha leído todos. Respondo a la pregunta usual de todos aquellos que al ver libreros colmados siempre preguntan al propietario de los tomos.
No, evidentemente, no los ha leído porque todavía no sabe leer.
Pero los ha oído. Aclaro, ha oído la mayoría, pero hay algunos que son más complejos que lo adecuado para su edad , y esos los reservamos para el momento justo.
Varios hay que se han leído y releído y releído y releído...
Es el caso de Vamos a Cazar un oso, de Michel Rossen e ilustrado por Helen Oxenbury. Es una adaptación de una canción tradicional inglesa.


¿Quién le teme al oso?

Le gusta la parte donde se pregunta “¿quién tiene miedo al oso? Nadie, se responde a coro. Aquí no hay ningún miedoso.
Bueee..., el día que vio a un oso en el zoológico de Chapultepec, empezó a revalorar la valentía frente a los osos.
Otro de sus favoritos es ¡Soy el más fuerte!, de Mario Ramos. Aquí un lobo pasea por el bosque preguntando a los animales quién es el más fuerte, feroz y malo.
Todos responden que es el lobo. Con cada respuesta se muestra orgulloso y balandronea.
De pronto encuentra a una especie de sapito que le dice: “La más fuerte del bosque es mi mamá”. El lobo se sulfura y amenaza al bicho, pero éste añade: “Mi mamá es una dragona y es la más fuerte del bosque. Es muy amable pero se enoja mucho cuando alguien maltrata a su hijo”. Detrás de él aparece la enorme pata de la madre dragona.
Otro favorito más es El cochino feroz y los tres lobitos, de Eugene Travizas. En éste se invierten los papeles del cuento tradicional y resulta que el personaje verdaderamente malo es el cerdo y los lobos son tiernas criaturitas.
Los lobitos construyen sus casas de ladrillo, concreto y acero. Cuando le niegan la entrada al puerco, éste se enfurece y usa marros, taladros neumáticos y dinamita para destruirlas. No por nada le decían “El Cochino feroz”.
Un oso en el cuarto oscuro”, de Helen Cooper, y Algo de nada, cuento judío de Phoebe Gilman, también figuran en el hit parade.
Dinosaurios, que es un libro con imágenes en tercera dimensión con movimiento le parece muy divertido. Sobre todo cuando el tiranosaurio se merienda al Hombre Araña, a Batman a Superman y a cualquier soldadito que ande por ahí.
Miguel pone las figuras en el hocico de la bestia, y con un movimiento de las tapas del libro las aprisiona entre las fauces del animal.
Si algún día visitan a Miguel y no está corriendo, brincando, trepando o destrozando algo, pueden ofrecerse a leerle alguno de sus libros. Pero, ármense de paciencia para leer varios o repetir uno innumerables veces, o las dos cosas.

La lista completa está en:
Relatos de Miguel (msn)

Ojo, hay que tener cuenta de hotmail

2006/01/22

Pasión por las fuentes

A Miguel Angel le gustan las fuentes. Desde muy pequeño los chorros y caídas de agua le llamaron la atención.
Cuando con su madre , Citlali, y su tía Cinthia, acudíamos a un cafecillo que está frente a la plaza Luis Cabrera (Orizaba y Guanajuato), no quería dejar de ver la fuente.
La cascada de Plaza Coyoacán lo entretuvo un buen rato.
Cierto día, circulando por Reforma vio la fuente de la Diana, y por poco me hace bajar del taxi para verla, sólo que llevaba prisa, y no se puede cruzar hacia la fuente ni hay manera de mirarla más que desde los camellones. Además está bastante elevada, no como cuando los Caifanes la llenaron de jabón.
En un reciente recorrido por la Alameda, nos hizo detener en cada fuente que le salía al paso, y no son pocas. En la de Bellas Artes iba ya muy decidido a meterse, pues había un cuervo que refrescaba sus alas en el centro (A Miguel le fascinan los animales. Desde hormigas a elefantes, rinocerontes y caballos. Ya les contaré en otra entrada).
En la fuente de Bellas Artes trepó y caminó por todo el borde, hasta que una policía nos instó a dejar de hacerlo. Nos tomamos una foto (que algún día incluiré si logro escanearla).
Cierto día caminábamos por las calle de la colonia Roma con su madre. Nos detuvimos largo rato en la plaza Luis Cabrera. Miguel no quería ir a otro lado. Le dije que lo llevaría a ver otra fuente, la de la Plaza Río de Janeiro. A regañadientes accedió, pero en el camino algo llamó su atención y ya no quería seguir.
-Ya no quiero ver otra fuente, dijo.
Su madre lo reconvino y muy enojado siguió el camino. Entre berrinche y berrinche nos acercamos a la plaza. En cuanto vio de lejos el agua, cambió de actitud y me dijo:
-Abuelo, sí quiero ver la fuente.
Entramos a la plaza, observó al David y le gritó.
-¿Y tú, qué haces ahí, bañándote?
Luego se dedicó a correr alrededor. Citlali, como corresponde a una madre, le advirtió que se podía resbalar y caer. Miguel, como corresponde a un niño, siguió corriendo hasta que...
resbaló y cayó.


¿Y tú, qué haces ahí, bañandote?

Lágrimas, un rato de chipilez, y todo volvió a la calma.
En plan de abuelo orientador, le pregunté
-¿Sabes como se llama esa estatua? Se llama David.
Su madre añadió:
-Y la hizo un señor que se llamaba Miguel Angel
El niño la vio con cara de Ah.. ¿Te cae?. Parece que no dio mucho crédito a la información.

2006/01/21

Miguel en la cantina

Cuando Miguel tenía un año, fuimos a parar a Sixties.

La historia la publiqué en una Crónica al vuelo, en el Sol de México.

Entonces, él se veía más o menos así:




La historia es la que sigue

De vagos

Carlos Alberto Patiño

Andábamos de vagos. Salimos por la mañana. Miguel quería ir al parque, así que nos dimos una vuelta por el México, en la Condesa.
Luego fuimos por un helado y un café. Aproveché para que conociera uno de mis cafetines favoritos, el de los Enanos del Tapanco, en la Roma.
Después caminamos a la plaza Luis Cabrera, donde estuvimos viendo la fuente y tomando el sol.
De nuevo emprendimos la marcha. Andábamos de vagos, pues, y no era cuestión de quedarse mucho tiempo en un sólo sitio.
Mironeamos por las calles. Le mostré algunos detalles de la arquitectura nouveau del rumbo, que, sin entender mucho, observó con atención.
Llegamos a Insurgentes. Hacía calor y ya habíamos caminado bastante. Mmmh... Una cervecita... Miguel no dijo que sí ni que no, de manera que en cuanto pasamos frente a un conocido bar de la calle de Sonora, lo metí.
Nunca lo hubiera hecho. Ni siquiera terminábamos de ocupar la mesa, cuando las chicas que atienden se fueron acercando.
Tengo años de frecuentar el lugar, y nunca me habían recibido como recibieron a Miguel. Todas querían ser presentadas y a poco, buscaban que las abrazara.
Tomé rápidamente mi cerveza, esperé a que él terminara su bebida, pagué y regresé a la casa de Miguel.
La siguiente vez que fui a comer al antro, recibí una seria amenaza. Si no trae a Miguel, ya no lo vamos a atender, me dijo una de las niñas.
Me quedé por un buen rato sin degustar las botanas de ese bar. Todavía no he podido conseguir que mi hija me vuelva a prestar a mi nieto para irnos de vagos...
¡Caray!, con el pegue que tiene ese bebé con las chicas.

2006/01/20

Miguel en el Teatro

El lunes Miguel fue al teatro. Claro, con una tía actriz, no es una actividad nueva para él. Sin embargo, esta vez no era una obra de su tía, ni siquiera se trataba de una función infantil.
No, era un trabajo de guiñol para adultos basado en un personaje estridentista de Germán List Arzubide y con textos de Neruda, León Felipe y Maples Arce. La música, de Silvestre Revueltas. Las imágenes son grabados de Elvira Gascón, Ramón Alva de la Canal, Julio Prieto y List Arzubide.
Se llama Troka el poderoso. Surge de un movimiento artísitco de los años treinta dirigido a reformar el ambiente cultural de la época.
Algo sencillo, ¿no?
Pues Miguel estuvo atentísimo como se puede ver en la foto.



El actor, la responsable de la música y el personal del café Enanos de Tapanco se quedaron sorprendidos de tener un espectador tan interesado.
Ya antes de iniciar la función, Miguel había prometido a los integrantes de la compañía que durante la representación se iba a estar quietecito. Y cumplió. Claro, después se desquitó corriendo y jugando por todo el café.
Tanta cuerda tenía que propuso ir a casa de una amigo (eran más de las 10 de la noche) o ir a mi casa, o ya de plano nos invitó a todos a la suya.
Aseguró que la obra le gustó mucho y fue enfático para señalar que la música también.

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