Gatitos, caballos y vaca
A Miguel le gustan los animales. Desde una hormiguita hasta un elefante llaman su atención. La primera vez que fue al Centro Histórico encontró una cucaracha gigante en al fachada del Palacio de Iturbide.
Ahora, cada vez que va al centro revisa las fachadas coloniales en busca de una cucarachota para trauma y aversión de su madre.
Los dinosaurios ocupan un lugar especial. Añora ver uno vivo, aunque su sorpresa fue enorme cuando conoció la reproducción del esqueleto de un brontosaurio que está en el Museo de Historia Natural de Chapultepec, ése que estuvo originalmente en el Chopo.
Un domingo lo llevamos a buscar las vacas del Cow Parade en avenida Juárez.
Bertha, tan fanática de los animales como Miguel (bueno, no de los insectos), decidió invitarlo para, además, visitar a los hermanos gatos propietarios del ex convento de San Francisco.
Lo de las vacas fue un fiasco, pero lo de los gatitos, pese a un mal principio, terminó por ser un éxito.
Como no había vaca, nos fuimos a la Alameda. Ya les conté la parte de las fuentes.
Trepó por los leones del hemiciclo y desde ahí vio los caballos de la Policía Típica.
¡Caballos! ¡Vamos a ver los caballos! Me tiró de la mano para acercarnos a los animales. Pero... oh, oh, de cerca se veían bastante grandes y se conformó con mirarlos de lejos.
Así que nos fuimos a las fuentes y a los gatos.
Primera decepción. El patio y ruinas de los gatos estaban convertidos en un espacio para exposiciones.
Ni un gatito. Los hermanos franciscanos habían expulsado a los hermanos felinos.
No puede ser, dijimos Bertha y yo. Si fueran jesuitas se explicaría, pero los frailes de San Francisco... Era inconcebible.
Fuimos a comer, ya les contaré de las peripecias que ocurren en una comida con Miguel. Fuimos, como es obvio a una cantina, pero esta vez fue el Salón Corona
Luego pasamos a tomar helados. Mejor dicho, a que el niño se quisiera comer los helados de todos.
Regresamos al ex convento.
Todo parecía igual, pero, de pronto, entre las pacas de paja que ambientaban el Nacimiento, un montón de pelo, una figura que se estira y emprende la displicente marcha. Por fin, un gato.
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Luego apareció un par de bichos negros.
Claro. Los gatitos aparentaban ceder su espacio para lograr que se los acondicionaran con tibias lámparas y mullidos montones de paja.
Observando la escenografía, se identificaban claramente los huecos por donde los animalillos ingresaban a sus antiguas ruinas.
Bien, Miguel logró ver a los gatos.
Emprendimos el regreso y fue la mejor parte.
Frente al nuevo edificio de Relaciones Exteriores, producto de la peje alianza con Slim, vimos un gato negro que con un collar y una correa paseaba con su dueña por la avenida Juárez
Un gato que pasea por el Centro Histórico es algo que hay que ver. Además se llama Gándalf y es muy dócil. Se dejó acariciar, permitió que el niño le acomodara el rabo. Todo un sujeto entregado a los mimos.
Luego hasta vimos una vaca, no gran cosa, pero suficiente para no concluir la jornada sin vaca.
En estos días, en el espacio franciscano de los gatos, presentan una muestra de la obra de Augusto Rodin.
En cuanto las nuevas actividades del abuelo de Miguel lo permitan, iremos a apreciar la obra del escultor... y la forma en que los gatos aprovecharon las piezas.
Prometo relato.
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