2009/07/31

Manual de zoología fantástica

Esta es una aportación del Conejo-lobo a los Relatos de Miguel

En el principio fue el Chimpaburón, salido de una intensa disputa a las orillas del lago de Tequesquitengo –donde hacen los MEJORES ostiones a la Rockefeller-, pues Miguel, a pesar de dedicar horas enteras a nadar y ensayar clavados en la alberca, no estaba dispuesto a hacer algo más que meter los pies. Podría haber tiburones, argumentaba.

De repente, y sin decir agua va, ahí estaba el chimpaburón, mezcla, claro está, de chimpancé y tiburón, tan imposible el uno como el otro en el lago morelense, pero reclamando su derecho a existir. El debate se orientó hacia la comida de los chimpaburones, pues, muy posiblemente, no se sentirían satisfechos con unos cuantos plátanos, no. El chimpaburón está dispuesto a zamparse lo que encuentre, si hace mucha hambre, aunque, como el Abuelo lo dibujó con cuerpo de primate y una inmensa cabeza de tiburón, es posible que su parte vegetariana pese lo suficiente como para que la especie pueda medrar en Teques sin despertar el recelo de los visitantes.

Pero ese fue el inicio de un bestiario que con frecuencia asoma los muy diversos rabos y orejas en las conversaciones con Miguel y que haría las delicias de Gerald Durrell. La incorporación de nuevas especies depende, ciertamente, de las referencias que la televisión y las películas de turno le dejen en el curso de la semana; depende también de algunos animales memorables, de la fauna preferida del susodicho y también de algunos hábitos discutibles que se han materializado en otros tantos bichos.

Al menos un par de ellos brotaron en los días en que declaró ser un “gatito esponjoso y tierno”. Una comida un tanto desordenada, que dejó la mesa LLENA de migajas reveló la existencia de los Gapollos (claro, mezcla de gatos y pollos), que, en la escala de valores doméstica, son bastante de lo peor, casi tan latosos como los macacos y aún más caóticos; ser gapollo es rondar los sótanos de la escala de valores de la fauna local. Escandalosos, reacios a comer pero amigos de desmenuzar y regar y tirar todo, se entiende que, con frecuencia, Miguel niegue al gapollo que se le asoma de entre el cabello.

Ah, si los muerdes o los devoras, saben a chocolate. Al menos tienen algo a su favor. No hace muchos días una banda de gapollos estaba dando lata debajo de la mesa del comedor, picoteando las piernas del Conejo Lobo, pero Miguel, que ese día era un leopardo cachorro, los puso en orden y ahuyentó a los más reacios. Cuando salimos en el auto, Miguel es el responsable de mantener a raya a los gapollos y a todos los animales que lo acompañan en el asiento trasero.

En cambio, ser un Galobo (mezcla de gato y lobo) es oootra cosa. Un galobo tiene lo mejor de ambas especies, es tan bueno como ser licántropo –esta entrada solicita una foto de Miguel peinado como licántropo, estilo que le gusta bastante- y su ¿maullido? Suena algo así como ¡¡¡¡MIAAAAUUUUUUUUUUUUU!!!! Con énfasis en la parte lobuna del ma-aullido que crece y se expande. Un galobo es amable, elegante, ágil, bonito y discreto; va por el mundo sin necesidad de hacer los desfiguros que hacen los gapollos para que los noten; le basta con un buen ma-aullido bien emitido y el pelo bien peinado.

Las altas calificaciones de los lobos y sus derivaciones los ponen en los mejores lugares del ranking; son tan buenos como los murciélagos, tan buenos como los vampiros. De esas aficiones ha brotado el Vampilobito, que no produce sino las indispensables molestias del caso, como que, en algún momento te salte encima a chuparte la sangre. A cambio también puede ofrecerse a echar a los gapollos. Visto así, el trato se antoja más o menos justo.

Una nueva oleada de animales apareció a raíz de la visita más reciente al zoológico de Zacango (vean la entrada anterior). Como no vimos a los pequeños leopardos negros (había un concurso para ponerles nombre; el Conejo Lobo propuso que se llamaran Bety, Germán y Chucho, pero la población del Matiz rojo vio tan mal la idea que se desechó) deambulamos por ahí, mirando gatos grandes, gatos pequeños, osos e hipopótamos, pero esta vez nos encontramos al Papión Sagrado. El macho, con una cabeza impresionante, estaba acomodado en un promontorio de su jaula, entretenido en pescar alguna pulga desbalagada, mirando el cielo, en suma, meditando.

El Papión (Sagrado) decidió que ignoraría a todos los visitantes que se acercaran a su jaula; persistentes, el Conejo Lobo y el Galobo le llamaron a gritos para que volteara a vernos. Lo único que conseguimos fue una mirada severa de advertencia y un ronco bramido perentorio “¡¡AU!!” No había más que discutir; sencillamente el Papión (Sagrado) no estaba atendiendo ese día.

Pero al día siguiente las ideas del Vampilobito habían madurado: apareció una pandilla ruda de verdad; unos que, nada más de imaginárselos, despiertan cauteloso respeto. De repente, ahí estaba el Gapión (Sagrado); el aristócrata de la banda, por su evidente vínculo con los gatos. Con él, es posible tratar civilizadamente, siempre y cuando no emita su rugido de advertencia, tan bueno como el del Papión (Sagrado): “¡¡MIAU!! ¡¡AU!!” Si lo respetas, te respeta. Algo parecido ocurre con el Lopión (Sagrado) [mezcla, como resulta evidente, de lobo y papión (sagrado)] cuya buena disposición proviene de su parte canina. Es más difícil tratar con el resto, pues provienen de animales que, o son muy complicados de tratar o pueden ser y estar malhumorosos. Vean nada más:

Está por ahí el Leoparpión (Sagrado), poco amigo de complicaciones por sus nexos familiares con grandes felinos. Si se necesita, rugirá lo suficiente, pero el trabajo sucio se lo deja al “Bronx”: el Macapión (Sagrado), cuya compañía resulta poco recomendable, entre su tendencia al bullicio y al desorden y su poca tolerancia al prójimo; y de peor talante aún, el Leopión (Sagrado) [mezcla de león y papión (sagrado)], del que, preferiblemente hay que hablar en voz baja (puede molestarse); cuyo rugido causa escalofrío con sólo imaginarlo y que sabe de lo más mal: a peras podridas. Ni en tiempo de crisis sería una presa apetecible para cualquier Vampilobito; ni para un Vampijaguar, especie aparecida hace una semana.

Hay rumores acerca de las apariciones fugaces de un Liropión (Sagrado), mezcla de lirón y papión (sagrado), pero los reportes de exploración aún no permiten confirmar la existencia del bicho. Aparentemente, sólo ruge cuando alguien se atreve a despertarlo.

En la reciente visita a Querétaro, una noche, mientras deambulábamos por el Centro Histórico, el Vampilobito sufrió una transformación momentánea: primero fue una boa, luego, la cosa se complicó aún más, pues el sujeto se declaró una cobra, con todo el mal carácter y peligros consecuentes. Antes de la cena, ya había hecho su aparición una especie complicadísima y feroz: el Lobra (mezcla de lobo y cobra), a quien, sencillamente, es mejor no molestar, pues puede ser muy peligroso. Aparentemente, es una especie endémica del clima semidesértico de Querétaro.

Desde luego, este catálogo gana, poco a poco, en complejidad. Ya se sostienen negociaciones con el Vampilobito para que dibuje a todo su zoológico, pero los conceptos aún deberán definirse gráficamente. Dice que, por el momento, sólo puede dibujarlos a todos por separado. Y, además, siempre depende del estatus de personalidad que Miguel mantenga. La última vez que lo vi era un bebé jaguar. A saber lo que ocurra el próximo sábado.

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