Vinagre balsámico
A Miguel le gusta el vinagre balsámico. Y mucho. Cuando vamos al Italiannis, pide que le sirvan un plato para él solo, sin el aceite de oliva. Es capaz de zamparse dos platos con pan. No hace mucho fuimos a comer al Zorzal, un restaurante argentino de la Condesa. No es que no quisiera comer, pero iba despacio y se distraía mucho. Era una empanada de carne y una ensalada de jitomate. De pronto se me ocurrió pedir el balsámico. Vaya, entonces sí que se comió la empanada, algunos trozos de pan y parte de la ensalada.
Sorprende a los meseros esa afición. No se imaginan que un niño pueda tener gusto por ese aderezo. Es como con el agua. Si llega a pedir una naranjada, es por el trozo de naranja, y casi nunca se la toma. Si acaso, el agua de horchata. Entonces, cuando los meseros preguntan qué va beber el niño, y yo pido un vaso de agua natural, me ven como si yo fuera un malvado. Pero, así es Miguel. Nadie lo obliga. Y, por otra parte, qué bueno que prefiere el agua a los refrescos.
Otra afición reciente es la de las canciones de Alvin y las ardillas. Los domingos y lunes, cuando usamos el Matiz de Bertha, es prácticamente obligatorio oír a los roedores.
Por suerte los lunes me llevo el disco de Kiss, y entonces alternamos "I was made for lovin' you" (¿recuerdan las Instantáneas VII?) con las ardillas.