En el zoológico
Lo prometido es deuda. Aquí está el relato de la visita al zoológico que hicieron Bertha y Miguel, un día que me abandonaron en casa. La historia, en esta ocasión, está narrada por el Conejo-lobo
Sábado por la noche.
La aventura comenzó así:
-Soy tu conejo lobo. Soy tu conejito lobito
Dijo la vocecita en el teléfono.
Y entonces el conejo lobo (o el conejote lobote, apuntaría Miguel) salió a todo correr por el conejito lobito que hacía de las suyas en la redacción de la Crónica de Hoy.
Ya se sabe, “unas pocas películas”, medio litro de chocolate para merendar, y la novedad de jugar Atomaders en Internet, hicieron que los conejos lobos se acurrucaran para dormir a eso de las doce de la noche. Hicieron planes para la mañana siguiente: irían al museo o al zoológico, lo que la hora y el sueño del Abuelo permitieran. El zoológico se antojaba complicado, porque el Abuelo se
resiste a pisar Chapultepec en domingo, temprano, tarde o a cualquier hora.
Domingo por la mañana.
El conejito lobito se despertó más o menos temprano, como por ahí de las nueve y media. El conejo lobo había abierto los ojos una media hora antes. Lo atrajeron los gritos desaforados del conejito lobito, que, importándole un pistache el sueño de su Abuelo, demandaba que le pusieran una película en el DVD.
Pero recordaron sus planes. El zoológico se perfiló como la meta, mientras Abuelo refunfuñaba y se daba la media vuelta en la cama para seguir dormitando. Vestidos y arreglados, té con leche y chocolate en las respectivas barriguitas, los conejos lobos salieron de la casa en busca de un taxi que los llevara al zoológico de Chapultepec. Eran poco más de las diez y media de la mañana.
Zoológico de Chapultepec, un poco más tarde.
Después de exigirle el cambio al taxista –alguien tendría que hacer un relato acerca de los diálogos que Miguel sostiene con los taxistas- bajamos del taxi y se hizo presente la primera NECESIDAD. En el primer puesto de maquillajes que se apareció en el camino de los conejos lobos, a cincuenta metros de Paseo de la Reforma, el conejito lobito hizo ver que resultaba INDISPENSABLE ir maquillado con la imagen de algún animal interesante. Después de una rápida pero cuidadosa inspección del repertorio disponible, el conejito lobito se transformó en pantera, y así, sintiéndose definitivamente soñado, ingresó al zoológico que, a esas tempranas horas –para ser domingo- estaba razonablemente transitable.
La segunda NECESIDAD era un mapa, que resultó de gran interés para Miguel, que a lo largo del paseo lo consultó repetidamente.
A pocos pasos de la entrada, vimos el gran triunfo de FUJI sobre la realidad real. Ofrece, en una pequeña caseta, la posibilidad de aparecer retratados junto a un panda, un león, un tigre o varios animalitos más. Los conejos lobos tomaron nota de la posibilidad, pero jugaban contra el tiempo. Si se retrasaban iban a ser abrumados por la multitud que aparecería en un par de horas más.
Así, avanzamos por el corredor de los grandes cuadrúpedos. El borrego cimarrón supuso que la mañana dominguera no era buen momento para salir a vagar y no lo vimos. Los antílopes le resultaron poco atractivos, pero seguimos la ruta. Pero al llegar al cubil del camello bactriano, los dos conejos lobos se sintieron apabullados por el gran tamaño del animal. A Miguel, el bicho, de plano le pareció cosa de susto. Al conejo mayor le costaba trabajo pensar en un camello que fácilmente superaba los dos metros y medio. Discutieron por quedarse o continuar. Uno quería mirar más tiempo; el otro, intimidado, prefería ir a buscar los pandas.
Pero la primer gran alegría de la mañana fue ver al lobo gris, campechanamente echado a la sombra, entre la hierba. Displicente, miraba a la concurrencia, apeñuscada en su afán de mirar a uno de los pocos animales tempraneros.
Entre la maraña de cabezas, los conejos lobos consiguieron un buen lugar. Cargado, el conejito lobito decidió entablar el diálogo
-¡¡¡¡LOBO!!!
El aludido hizo una leve señal con las orejas. Eso fue suficiente.
-¡¡¡LOBO!!! ¡¡¡LOBO!!! ¡¡¡LOOOBOOO!!! ¡¡¡¡AAAAUUUUUUUU!!!
Esta vez, el lobo movió ambas orejas y volteó a mirarnos. Eso fue más que satisfactorio. Continuamos el paseo.
Miguel se negó, en redondo, a entrar al herpetario. Después de todo, nadie tenía muchas ganas de ver escorpiones rey- ignoramos la razón por la cual están ahí- y culebras. Pero la revisión del mapa llevó al establecimiento de nuevos objetivos en el recorrido: había que ver al hipopótamo, que, desde luego, estaba en el hipopotamero.
Para ello hubo que pasar por cuantos espacios de antílopes puede uno encontrar en el zoológico de Chapultepec. Todos fueron, para el conejillo lobillo, perfectamente ignorables. Las hienas fueron objeto de un breve examen, pero fueron desbancadas por los leones. Llegamos en el momento preciso en que el león rugía. Mienten quienes afirman que el león ruge en tesitura de “GROARRR”. El sonido no sale de la garganta, sino de las profundidades de la panza y los pulmones del felino. Miguel escuchó sorprendido, silencioso. El rugido del gran gato era totalmente novedoso. Guardó el dato para algunos incidentes posteriores.
En el hipopotamero, como era previsible, y en medio de un tufo verdaderamente horroroso, estaban los hipopótamos. Miguel los observó con atención, incluyendo al cachorrillo que andaba por allí. De ahí, y en tres saltos, ya habíamos caído en el elefantero, que, como todo mundo sabe, es el hogar de los elefantes. El niño los miró con atención, aunque los paquidermos estaban claramente interesados en la calidad del desayuno, de manera que no hicieron mucho caso a los visitantes.
Al revisar una vez más el mapa, nos dimos cuenta de que estábamos a punto de llegar a los dominios de los animales de la tundra. Los conejos lobos salieron a toda carrera, esperanzados en ver a los pingüinos y al oso polar.
Las expectativas se frustraron pero finalmente fueron compensadas, porque del enorme oso blanco, solo estaba su pelota roja: el exhibidor estaba en mantenimiento. Los pingüinos, atacados de pereza, dejaron un solo representante que, alelado, contemplaba con aire melancólico el agua de su estanque. A pesar de los chillidos del público (cosas así como “¡órale, güey! ¡¡échate al agua!” [como si el susodicho estuviera junto]), el pingüino continuó sumido en sus meditaciones.
Pero los lobos marinos trabajaron por toda la tropa de la tundra. Era imposible asomarse en el nivel superior. Bajamos corriendo a los cristales del nivel inferior y allí conseguimos lugares excelentes.
Mientras saltábamos escaleras abajo, le dije a Miguel que íbamos a mirar al lobo marino, y aún así, la experiencia fue espléndida.
Recordé entonces otra visita al zoológico, cuando Miguel era un bebé de poco más de un año de edad. En aquellos días, yo le decía a su Abuelo que, a esa edad, los pequeños no deben ver mucha diferencia entre todos los animales –a lo más, gatotes y sus variaciones y perrotes y sus variaciones- Con esa elemental percepción de un niño muy pequeño, el lobo marino fue deslumbrante. Esa ocasión, vi en la carita del bebé la sorpresa y la maravilla, pues el lobo marino, en sus evoluciones acuáticas, no se parecía a nada que hubiese visto antes.
Hoy, casi cuatro años después, la maravilla sigue intacta, aunque Miguel es ya todo un experto en animales. Después de escurrirnos entre la gente llegamos al cristal, justo para ver pasar a los dos lobos marinos en pleno show. Los ojos de Miguel se agrandaron de emoción: son preciosos los lobos marinos, y muy conscientes de su peso público. Juraríamos que se dan cuenta de las huestes de admiradores que los miran sin perder detalle. Con los mejores modos, posaron para la cámara de los conejos lobos y por eso podemos ofrecerles estos videos
Lo mejor fue cuando Miguel quiso hablar con ellos
-¡¡¡¡LOBO!!!! ¡¡¡¡LOBO MARINO!!!!
¡¡¡¡¡LOBO MARINO!!!!
¡El lobo marino se plantó delante de nosotros, como si nos pudiera ver, y se puso a hacer equilibrios con sola una aleta, en el fondo del estanque! Durante unos minutos estuvo cara a cara con su colega el conejito lobito que lo veía fascinado. Después de unos quince minutos de contemplación, abandonamos el sitio para que Miguel posara con los pingüinos de madera del pasaje de la tundra
Felices, los conejos lobos decidieron tomar el otro pasillo, en busca de los osos. El problema es que se equivocaron de pasillo y terminaron por ver las homigas –que a Miguel se le hicieron muy sin chiste- los cóndores-que literalmente le valieron gorro- los teporingos-que le hicieron gracia por sus cortísimas orejas- y –eterna obsesión- una curiosa fuente en forma de riachuelo, a la vera del pasillo, que no pertenece a ningún animal en particular.
Una vez que se dieron cuenta que por allí no podrían sino llegar a la salida, emprendieron el camino a la avenida principal, pero entonces, surgió la tercera NECESIDAD: el conejito lobito tenía hambre y quería una cajita feliz.
Veinte pasos después, surgió la cuarta NECESIDAD: resultaba ABSOLUTAMENTE URGENTE E INDISPENSABLE, que Miguel fuera despintado de la cara para dejar de ser pantera, y fuera maquillado como león.
Resolver el asunto requirió todas las dotes diplomáticas y negociadoras del conejo lobo, pero finalmente se decidió ver primero el asunto de hallar a los osos, luego, el factor almuerzo, para pasar a atender el elemento foto con animal y, de ser posible, el cambio de imagen.
Ningún oso estaba disponible. Apenas logramos mirar a un par de nutrias profundamente dormidas al sol, un lince y unos mapaches francamente pequeños -¿han visto alguna vez los mapaches de Coahuila? Son enormes- El reclamo por la hamburguesa aumentó en intensidad, de modo que los conejos lobos volvieron a la avenida principal.
Después de pedir permiso por teléfono a un soñolientísimo abuelo, nos apersonamos en la fila del Mc Donalds –la cuarta vez en la vida del conejo lobo, pero, aparentemente, muy común para el conejillo lobillo.
Almuerzo en mano, Miguel halló, en el piso superior, una espléndida mesa, lejos del bullicio, con vecinos con aspecto de gente decente y sin crías humanas llorando. Ninguno había terminado, cuando surgió la quinta NECESIDAD: Miguel quería ir al baño. Entonces sí, el conejo lobo entró en pánico. ¿qué hacer? Con trabajos, recogimos gorras, mapa, cajitas felices, los consecuentes juguetes de regalo y el vaso de plástico, lleno de refresco, abandonamos nuestro paraíso en busca de un baño donde no diera escalofríos entrar. De más está decir que eso no existe en el zoológico de Chapultepec.
Este conejo lobo hace público reconocimiento a la generosidad del conejito lobito, que en aras de llevar a buen término la expedición, pudo aguantar la quinta NECESIDAD, a causa de la carencia de un baño en medianas condiciones y en aras de 1. Tomarse la foto virtual que, después de mucho darle vueltas, resolvió fuese con un enorme león
2. Pasar a la vieja estación del trenecito, ahora transformada en almacén de curiosidades zoológicas, donde Miguel pudo acariciar un trozo de piel de leopardo, y mirar cráneos de rinocerontes y leones.
Al salir de la estación caímos en la cuenta: eran las dos de la tarde, el sol caía a plomo y el zoológico estaba atiborrado de gente –por racista que suene ¡¡feísima!!- Había que actuar rápido: los conejos lobos siguieron a marchas forzadas las huellas amarillas que llevaban a la salida, turnándose para cargar la dichosa botella de refresco. Una vez fuera, hubo que añadir a la colección de trofeos de la jornada un frasco de burbujas que el conejito lobito juzgó como una sexta NECESIDAD.
A los tres minutos de salir a la calle, los dioses de los animales fueron benévolos: hicieron aparecer un taxi. Dentro, y con las ventanas abiertas, los conejos lobos se derrumbaron unos minutos –Miguel durmió con profundidad una decena de minutos, de hecho- antes de que los depositaran en la puerta de casa.
Abuelo, apenas despierto, vio entrar a un par de conejos lobos, acalorados, soñolientos, sudorosos, cargados de cosas y embarrados de refresco de naranja por todas partes. Una vez solucionado el problema de la quinta NECESIDAD, la pregunta fue directa:
-Abuelo, ¿vamos ahorita al museo?
Pero, finalmente, la tarde terminó en comida y películas, antes de devolver a Miguel a su casa, pero la visita al zoológico había resultado completamente exitosa.
Lunes por la tarde-noche.
El conejo lobo marcó al celular del Abuelo para saber del conejito lobito. Abuelo tomó la llamada, y se la pasó a Miguel. La vocecita en el teléfono se dejó escuchar.
-Soy tu lobo marino.